sábado, 25 de septiembre de 2010

Hablemos de Pilcomayo, aquel rebelde caballero del conflicto

El río Pilcomayo posee características muy curiosas, que, si no lo hacen casi único en el mundo, por lo menos lo hacen muy problemático para quienes habitan sus costas. El cristalino arroyo que pasa por las cercanías de La Rinconada, en Jujuy, se transforma en un mar de lodos y vegetación frente a La Rinconada, en Formosa. Cada creciente arrastra no sólo agua, sino altísimos volúmenes de sedimentos que se depositan en la medida en que pierde velocidad en la llanura, rellenando los bajos y su propio cauce. Es un río que se entarquina a sí mismo, cambiando de cauce e inundando grandes llanuras y bosques con períodos aún no muy definidos. En otras palabras, él mismo lleva su propio cambio, sin necesidad de que obras hidráulicas detengan o modifiquen su proceso. Lejos de ser un “río joven” como erróneamente muchas veces se dice, los flujos que descienden de Jujuy y de Bolivia fueron los formadores (junto con otros) de la llanura chaqueña. Sus sedimentos se encuentran desde el sur del Cerro León (Paraguay) hasta pocos kilómetros al Norte de la Ciudad de Formosa, en un abanico aluvial que nace entre Ivibobo y Villamontes (Bolivia). La actual zona de divagación está datada en aproximadamente 3.000 a 5.000 años. La más antigua (al Norte) posee sedimentos superficiales de alrededor de 20.000 años. Lo que es joven no es el río, sino, geológicamente, gran parte de la llanura chaqueña. Es un río que aún en la llanura, posee características de río de montaña: cuando llueve en las serranías crece voluminosamente y cuando cesa el período de lluvias, prácticamente se seca. Durante la creciente arrastra más que agua, lodos. Al perder velocidad por falta de pendiente, éstos se depositan a lo largo del cauce o en las llanuras de inundación, elevando los niveles de fondo hasta hacerlos críticos. Cuando esto ocurre, el lecho por donde circula el agua va quedando más alto que el resto del territorio. De esta forma en la próxima creciente (o dentro del mismo período, en la siguiente avenida de las aguas), las aguas desbordan hacia los terrenos más bajos (que eran altos antes, y muchas veces están cubiertos por extensos bosques) formando una nueva área de anegamiento. El lecho y las planicies de inundación elevadas se transforman rápidamente en extensos campos cubiertos de palo bobo, sauce, totoras y pastos. El incendio en épocas secas es una de las acciones antrópicas que transforman la superficie y la convierten en campos muy arenosos, con pastos o yermas. Los grandes bosques que quedan bajo las aguas mueren, dando lugar a nuevas zonas de anegamiento anual cubiertas de pastos y otra vegetación palustre. Los incendios recurrentes de estas áreas favorecen la formación de planicies de inundación cubiertas de gramíneas, que son aprovechadas por los ganaderos locales.  Pretender controlar este maravilloso proceso formador, es intentar retener en alguna parte de la cuenca entre 60.000 y 150.000 toneladas de suelos por año.
La historia del río y las poblaciones indígenas chaqueñas tiene alrededor de 3.000 años. El recuerdo de “la gran inundación” está personificado en un relato tradicional. Asimismo, la formación del río, desde una gran repositorio (un yuchán gigantesco) forma parte de las tradiciones chaqueñas. “Los antiguos” sabían que el río no era una realidad estática y permanente. Se movían con él; lo buscaban cuando se retiraba; avanzaban sobre lugares más altos cuando comenzaban las crecientes. Su comportamiento estructuraba las relaciones con el territorio. De hecho, los pueblos que vivían con él se reconocían como “la gente del río”, distinguiéndose claramente de la “gente del monte” o la”gente del campo”, y demostrando en esta distinción su conocimiento profundo de la relación pueblo-río.
La historia del río y las poblaciones occidentales, neocolonizadoras del chaco, tiene muchos menos años, mucha menos historia y mucho menos compromiso territorial. Si bien el río es conocido y mencionado desde tiempos coloniales, recién a partir de 1850 comienza una relación más estrecha. Los pueblos indígenas resistieron esta colonización hasta entrado el siglo XX. Las nuevas relaciones de mercado, a través de los ingenios azucareros, el comercio de plumas, cueros, mieles y cera y los obrajes madereros, limaron las asperezas que impedían el avance colonizador occidental (argentino y boliviano al oeste, argentino y paraguayo en la porción más inferior). Para principios del siglo XX el Pilcomayo ya es reconocido en su totalidad, identificándose su curso y sus áreas críticas de inundación. Su definición como límite internacional entre Argentina, Paraguay y luego Bolivia, obligan a su identificación total y a la demarcación de su curso. La arbitraria línea que divide nuestros países, que define nuestra historia moderna y separa pueblos y hermandades en fragmentos irreconciliables, fue, en algún momento del siglo XX, el curso del Pilcomayo.
A pesar de la reciente relación, ya en la década del ´40 fue claro para los investigadores del río su gran capacidad de cambio por entarquinamiento. Es decir, mientras investigaban para definir algunos criterios para el límite en lo que era la zona crítica, se dan cuenta de que el río se tapona a sí mismo con sedimentos traídos desde la cordillera, y esto forma parte de sus características principales. Se propone como solución la construcción de un canal que acelere el paso de las aguas, evitando la colmatación. La curiosa línea recta del límite entre Argentina y Paraguay es la traza del proyectado canal. Las preocupaciones de ambos países durante la guerra mundial y la posguerra olvidaron este proyecto, mientras que el río seguía con su proceso natural de taponarse y tomar otros rumbos. A partir de mediados de la década del ´60 el proceso se acelera y el retroceso del cauce se hace cada vez más notorio. Con las grandes crecientes ocurridas entre 1983 y 1985 el retroceso define la ubicación actual de los bañados y del curso de agua. Sin poco conflicto, en 1991 Argentina y Paraguay definen un área de canalizaciones con la misma lógica que en la década del ´40: acelerar el paso de las aguas para evitar la pérdida del cauce. A diferencia del primer proyecto, éste debía garantizar un reparto equitativo de las aguas, ya que la producción ganadera y agrícola de ambos territorios dependía de ellas y para 1991 había cambiado mucho con respecto a la década del '40. Así nace el “proyecto pantalón”: dos canales idénticos que se abren del último tramo del cauce, formando áreas de drenaje en ambos países. Fina utopía que refleja lo lejos que viven los diseñadores de sueños de la realidad cotidiana del Pilcomayo.
Los dos canales nunca lograron distribuir el agua en forma equitativa,  ni aún pensando en “estadísticas generales” de ingreso de agua por lustros o décadas. En esfuerzos cada vez más costosos, primero funcionó el canal argentino, luego el paraguayo (tras un primer fracaso por errores de diseño); en 1996 se construyó el Canal Farías; pocos años después Paraguay decide construir un “canal que derive desbordes superiores a caudales del río de más de 600 m3/s” aguas arriba del área original de acuerdos, ya sobre las barrancas del río. Este último canal recién logra comenzar a funcionar adecuadamente en junio del 2008, al nivelarse el lecho del río con el suyo, en una combinación estratégica entre naturaleza (colamatación progresiva del lecho del río) y obras (profundización del canal). Argentina nunca trabajó sobre el lecho del río, porque eso no está en los acuerdos internacionales. El Canal Farías (el canal argentino) se encuentra a casi 5.000 metros aguas abajo del emplazamiento del canal que deriva a Paraguay. La Delegación Argentina en la Comisión Trinacional nunca hizo algún comentario o propuso revisar la estrategia para encauzar obras, a pesar de los cambios evidentes en la morfología de la zona. Es lamentable que ante la crisis de agua que se produjo en el 2010, la prensa confunda al público con mensajes falaces tales como “Si las aguas hasta ahora ingresaban mayormente hacia el Paraguay, era porque hacia el lado argentino no se hizo el mantenimiento adecuado al canal correspondiente”, puestos en boca del segundo delegado de Paraguay en la Comisión Trinacional. No es un canal, es el mismo cauce del río que se fue colmatando, y sobre el cual, hasta ahora, no había acuerdos para accionar. En esta pugna de obras y conceptos que nos enlutecen como pobladores del río, nadie ha mencionado aún por dónde pasa el límite internacional. Deuda pendiente que ambas Cancillerías deberían revisar antes de que sus delegados den mensajes oscuros a la prensa.
Si bien Argentina no posee un “campamento” para el mantenimiento del paso de las aguas; existe en forma permanente la presencia del equipo de monitoreo de la cuenca, capacitado por FUNGIR y apoyado por esta entidad y por la Secretaría de Recursos Hídricos de la Nación. Este equipo anunció ya en el mes de Junio del 2010 a las autoridades del agua de Formosa, que la situación era crítica y que este año el cauce se secaría. La decisión sobre las acciones de mantenimiento llegaron tarde, en medio de muchas confusiones y turbulencia social y con muy poca comunicación entre las autoridades provinciales, interesadas en el ingreso del agua, y las nacionales, encargadas de las relaciones internacionales que devienen del hecho de ser un río “limítrofe”.
En este contexto, las obras que hizo Formosa esta semana son críticas, no porque tomen agua del cauce, porque están en el cauce, sino porque las hizo una provincia interviniendo directamente sobre un cuerpo de agua que requiere de acuerdos internacionales (entre naciones, no entre una provincia y una nación) para actuar sobre él. Para Paraguay es una violación de acuerdos binacionales. Si Cancillería Argentina dice no saber nada del asunto, obviamente hay algo que no funciona bien en la Delegación Argentina ante la Comisión Trinacional, pues deberían saber perfectamente cuál es la problemática ya que estas personas fueron designadas por nuestro gobierno para atender explícitamente la cuestión.

Los pobres terminarán pegándose entre sí, de un lado y del otro de la zona de los canales; el pueblo paraguayo, convencido por las arbitrariedades de los dueños de la comunicación escrita de ese país, odiando más a los argentinos; mientras que entre canapés y champagne, las delegaciones de ambas cancillerías miden el problema con los dedos.
Ante esta realidad, tan compleja y cambiante, aparece como la respuesta más adecuada la identificación permanente de criticidades y monitoreo de la evolución del río. Nace de las mismas tradiciones de la gente del río: vivir con el río, ver cuál es su situación cotidiana y a partir de las percepciones que se tienen, definir las acciones a realizar.

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